Desde hace algunos años he podido observar el uso que la palabra Resiliencia ha adquirido en algunos de los ambientes en los que se manifiestan los teóricos de las “ciencias de la dirección”.

Personalmente, llegué a dicho término a partir de la lectura de los libros de Boris Cyrulnik, una enorme personalidad tanto humana como científica, médico de la palabra, que ha explorado incesantemente los procesos de recuperación de niños y adolescentes sometidos a experiencias traumáticas, potencialmente destructivas para sus posibilidades de crecimiento y desarrollo a largo plazo. En la mayoría de casos de éxito, el autor describe dos movimientos internos en el alma de los chicos que, sin una explicación aparente a primera vista, consiguen reconectar una parte de sus capacidades todavía vivas con elementos de su entorno que actúan como “enganches” de apoyo a largo plazo: las palabras de un educador, un testigo con el que juntamente dotar de un significado nuevo a la situación, verbalizaciones que permitirán canalizar esfuerzos en una dirección no autodestructiva… En todos estos casos, los “testimonios iluminadores” operan en paralelo a un olvido interno -de origen traumàtico- en el «paciente», y que evocan y conectan con experiencias de «attachment» que siguen ahí, de alguna forma. Este olvido se refiere a un aspecto fundamental: la brecha psíquica que el trauma ha producido y que el sujeto más o menos activamente desconoce o ignora o rechaza, como premisa para un cierto olvido benefactor  de carácter “adaptativo”. Un aspecto tan doloroso como humano de la situación: la imposibilidad de permanecer a cada minuto de nuestra vida frente a lo insoportable. Este podría ser un ejercicio que honraría a un adulto consciente, educado, con un número importante de posibilidades a su libre disposición. Pero no exigimos ni podemos exigir lo mismo a un ser humano en curso, traumatizado por los golpes sobrevenidos en el azar de la vida, sin posible defensa física o psíquica.

A mi entender, la gran contribución de Cyrulnik se basa en haber sabido dotar de comprensión a una situación tan terrible como compleja. En ella se muestran estas dos tendencias que conviven en los Trabajos y los Días del luchador resiliente. Una de las tendencia explora y realiza la superación, la reconexión del traumatizado con una parte favorable detectada en su entorno; la otra tendencia se manifiesta manteniéndole alejado lo terrible y, repitámoslo, insoportable, mediante una cierta negación u olvido. Inconsciente. A largo plazo, la adquisición progresiva de recursos mediante sus relaciones de soporte, siquiera parcial, permite a ciertos traumatizados, obtener las fuerzas suficientes para enfrentar la memoria del trauma y entretejer un nuevo significado para su conciencia. Podría decirse que, para el traumatizado, finaliza la dolorosa experiencia de la separación entre su yo y el mundo que en un momento inicial se vivió como sin salida, eterna. Un antiguo “yo contra todos” – inconsciente en un inicio – llega a su fin para la persona-víctima.

Estamos tan acostumbrados a que la literatura del “management” transforme en “propiedades” o “capacidades” individuales lo que en realidad es un actuar de forma socialmente más sostenible y solidaria frente a la adversidad, que ocurre que el término Resiliencia ha perdido ambigüedades y la natural, trágica y creativa tensión entre las dos tendencias apuntadas en las descripciones de Cyrulnik.

Soy de la opinión que hablar de resiliencia como ejercicio directivo para la superación de retos empresariales, sin invocar un “trauma interno” o fenómeno similar concreto en la propia persona u organización, conlleva el peligro de considerar entonces al entorno en el que se realiza la empresa como lo “traumático” per se. Una actitud que no deja de ser una repetición más de los muchos voluntarismos a los que se nos convoca en los ejercicios ascéticos fomentados por los expertos en “administración de negocios”. Se trata de una confusión entre el gimnasio y el centro de rehabilitación, que tienen «clientes» totalmente diferentes a nivel humano, y que no hace otra cosa que banalizar el trauma. No se trata de una omisión gratuita. Sostengo que si hemos de hablar de La Resiliencia, tengamos la decencia de no ignorar el trauma silencioso al cual podría acudir en socorro.